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En la “economía del conocimiento” que está emergiendo el secreto del éxito de los buenos dirigentes dependerá en mayor medida de su capacidad para hacer que todos los profesionales y los empleados tengan ganas de dar lo mejor de ellos mismos y de cooperar entre si, en vez de su tendencia a hacer prevalecer sus concepciones personales sobre lo que debe ser hecho. El texto de Omar Aktouf, consagrado al oficio de jefe de proyecto, rinde buena cuenta de esta necesidad de operar una verdadera mutación en la visión que uno tiene de lo que es un dirigente. A medida que los empleados tengan perfiles más altamente individualizados, comportamientos que se fundan sobre la obediencia y el respeto del puesto van a revelarse más perjudiciales e insostenibles, hasta contraindicados. Tal como el aprendiz que, en la gran tradición del oficio, es iniciado a tomar consciencia de todos los efectos posibles de sus herramientas, el buen dirigente es también aquel que, además de poseer saberes técnicos y administrativos, acaba por dominar todos los aspectos tangibles e intangibles de la expresión, de la palabra y de la comunicación. En esta perspectiva, tengamos la humildad de enseñar a aquellos que formamos a volverse buenos dirigentes y administradores serios más que a animarlos a abandonarse a fantasmas de ser todo poderoso o a imaginarse que pertenecen a una raza de grandes empresarios líderes.

Barthélemy Marchi Soto

Traductor. Cali - Colombia, 1996
Chanlat, A., & Marchi Soto, B. (1996). El oficio del dirigente ¿”gran empresario” o “buen dirigente”?. Cuadernos De Administración, 15(23), 111–118. https://doi.org/10.25100/cdea.v15i23.185